Se cuenta que en el pueblo de Huacllán, se encontraba la tribu de los indios llamados huallas. El curaca de esta tribu tenía una hija muy hermosa su nombre era Ninfa y pronto contraería matrimonio con un hombre que no era muy agraciado frente a los ojos del curaca, sin embargo, a pesar de no tener la belleza de Ninfa, ambos se respetaban y amaban con todo el amor del mundo.
El matrimonio nunca le agradó al curaca, sentía vergüenza de solo pensar que su hija la más hermosa estuviera casada con ese hombre.
Cierto día, el curaca decidió invitar a la pareja de su hija para que celebraran la buena fortuna de los dioses, sin embargo, esto solo era una excusa para matar al hombre. Mientras bebían, el curaca puso veneno en la bebida del esposo de su hija, poco después empezó a desvanecerse hasta caer en un profundo sueño del que jamás despertó.
El curaca de la tribu aprovechó la noche y dejó el cuerpo de su yerno por las montañas para que los pumas se deshicieran de él. Al otro día fingiendo no saber nada sobre el paradero del hombre llevó a Ninfa a caminar y en el trayecto encontraron los restos de su esposo, descuartizado por los pumas.
Ninfa no podía creerlo pues el amor de su vida había muerto y salió corriendo del lugar, sin saber qué hacer. Tres kilómetros después, a la altura de Cuta-Cocha, le dio el mal de amores, porque sentía mucha pena por la muerte de su esposo.
Tanto dolor sentía en su corazón, que no pudo continuar el viaje quedándose en ese sitio, donde luego construyó su hogar. Poco después un inca llegó a su casa y ella, con el alma en pena, le contó lo que padecía.
Este inca era muy generoso y le ofreció mandar traer una piedra de la ciudad de Quito para que se hiciera una infusión con ella y sane del shonco-nané o dolor de corazón.
La piedra fue colocada cerca de la casa de Ninfa y siempre que le dolía el corazón cogía un pedazo de ella para beberla. Dicha piedra aún existe, pero cada año se va encogiendo, porque las personas que conocen el poder que tiene la piedra se llevan siempre un trozo de ella.
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